Cuando recupero los ecos
de todos mis gritos,
descubro en la oscuridad de la noche
con mi mano buscando a tientas,
que tu mano desde siempre estuvo lista
para asirme y rescatarme de mis miedos.
Y en ellas reconozco, mujer, que eres mi madre.
Cuando divago en el espacio
de las horas calladas,
buscando mi sangre en el torrente de la vida
y te descubro navegando bajo los mismos soles en que mi velero se agita,
te reconozco hermana, pedazo de mi misma esencia
nutriendo los recuerdos de la infancia.
Cuando se encendieron las hogueras
perturbadoras de mitos
y busqué en el olimpo de mis sueños a mi propia diosa,
descubrí que en el altar mayor de todos los templos
estaba mi otra parte esperando mi regreso.
Y ahí, mujer, te descubrí novia
llenando tú de azahares a todas las fragancias.
Al presentarle batalla a la vida en todos sus frentes
y reconocer en el fragor de la contienda
que solo nunca hubiera podido
torcer el destino de lucha tan despareja,
apareció estoica tu figura enarbolando la bandera de la victoria
y calzando en mi frente la diadema del triunfo,
cuando en tus garras estaba la hazaña.
Ahí supe, mujer, el valor de una esposa.
Cuando la luna callada bajó en alas de plata
a la sublime quietud de las entrañas,
para dejar las mieles aterciopeladas
de la maternal causa,
fue la vida misma que en un sublime beso
de canción de cuna y clave,
te puso mujer en el rol de hija.
Cuando los espacios azules se llenaron de cielo,
y descubrí que en tus ojos estaba
el fulgor de las estrellas iluminándome el camino,
reconocí que en ti, mujer, tenía una amiga,
y en el cofre de tu alma adornado de brillos
deposité con confianza todos mis temores.
Cuando parado en el silencio atónito
de mis vacíos existenciales elevo mis ojos al cielo,
buscando las respuestas que por sí solo no encuentro,
y descubro el rostro de una mujer, virginal e inmaculada,
que enjuga con amor infinito todas mis lágrimas,
descubro a Dios mismo sanando mis llagas.
Es que tú, mujer, resumes en la pequeñez de la carne
la inteligencia divina,
que supo interpretar a tiempo que sin ti, el mundo sería vano.
Entonces, ¡Gracias Mujer! Por encarnar en ese corazón generoso
todas las verdades y todas las revelaciones,
y derramar en ardorosa esperanza,
el amor que emana de Dios, descubriendo el rostro de todos sus amores.